Wednesday, May 19, 2010

Un niño de otro tiempo

Normalmente, a la salida de clases llamo para pedir que me vayan a buscar a la estación Baquedano, como salgo después de las seis el metro viene lleno y el trasbordo en Baquedano es incómodo porque empieza a funcionar lo de las líneas rojas y verdes, lo hice una vez y no lo había vuelto a hacer, porque por último tomo un taxi de Baquedano a la casa. Todo esto para explicar el cúmulo de casualidades que se me dio ayer.
Hice el trasbordo y me bajé en Santa Isabel, donde tomé un taxi no del paradero que existe ahí sino uno que doblaba en ese momento de Bustamante hacia Santa Isabel, que suerte pensé, la hora era difícil para tomar taxi.
Como todos tenemos un recorrido favorito, a la altura de Miguel Claro le expliqué al taxista que me gustaba doblar por M. Montt y luego tomar Simón Bolivar, muy bien! a los pocos segundos el chofer mirando por el espejo me pregunta: -Usted se llama Antonio Lara? Sí le digo, se detiene en la luz roja se da vuelta y me dice: -Ah, que no te acuerdas de mí! sentí que mi cabeza funcionaba a mil y le contesté: tu eres Juan!
Entre los 7 y los 10 años vivimos frente a la ferretería de mi padre, en esa cuadra como en casi toda Ñuñoa vivían muchos niños, uno de ellos era Juan, el hijo del zapatero, su padre calvo junto con tener un taller de calzado cuidaba una quinta que en la parte delantera a ambos lados tenía una serie de boxes hechos de madera y techos de Zinc, unos arcos perfectos para jugar de "arco a arco".
Juan era un as para las bolitas y para mí se divertía ganándome todas las bolitas que me regalaba mi abuela, jamás pude ganarle una, ni al achita y cuarta ni a los tres hoyitos ni a la troya, nada. Inevitablemente me iba despelucado.
En marzo de 1962 me cambié al sector norte de Irarrázaval y como ya lo sabemos el sur dejó de existir.
Después de 50 años ahí estaba Juan, mi amigo de entonces, el hijo del zapatero, estaba su casa, su padre, su hermana mayor que nos ponía algún orden, su madre, su mesa de comedor donde se jugaba a las cartas, a la escoba o al poto sucio, la acequia que pasaba por la calle y por supuesto las bolitas que una a una se iban de mis manos.
A Juan le dio gusto que yo me acordara de él, a mí me dio una gran alegría que alguien después de cincuenta años me reconociera...¡ por la voz!
Esta situación da para irse de tesis, pero rescatemos el valor emocional y humano del instante vivido.

2 comments:

Marcelo Ramírez said...

Antonio: éstas son las paradojas de la vida. Al margen de tu propia experiencia vital, que me parece notable, me quedo con el entorno que describes, correspondiente al Santiago antiguo, más horizontal en todo sentido, en las construcciones y en la sociedad. Los juegos que describes son los mismos qe los de mi generación, se sucedían por temporadas: en invierno eran las bolitas (que guardábamos en la típica bolsita de género hecha por la mamá) y en la primavera los volantines, cuya práctica era exactamente igual a la de los niños afganos que protagonizan "Cometas en el Cielo" (otra paradoja ¿Sabes que en Afganistán además están los mayores yacimientos de cobre y es el único otro país donde hay lapislázuli?). El único juego que se practicaba todo el año eran las pichangas.

Un abrazo

Anonymous said...

Mira que bien, ese es el destino, que se encarga de recordarnos algo que no sabemos , yo creo que no existen las casualidades.
Juan, no se por que es de esas personas que no se olvidan facilmente, un tipo simpatico, luchador, un sobreviviente, que a tenido que hacele frente a la vida,de muchas maneras. Por eso es dificil ganarle una bolita. yo era mucho mas chico y me acuerdo perfecto de él y de su Padre, no a si de su Hermana.

Ricardo Lara B.